Relato corto III

Vale, tercer y último de mis posts “literarios”. Os agradezco a todos el haberme permitido darme el gustazo de colgar aquí estas líneas. Espero que no hayan desentonado con el subforo y con la página en general.
Lo dicho, mersis y saludos.

Mi Breguet

Es casi una rutina. Tengo relojes para otros días pero el domingo, cada domingo, lo último que hago antes de acostarme es acudir a mi Breguet para durante unos minutos sopesarlo en la mano, perfilar al tacto sus formas, girar unas pocas vueltas la corona y despertarlo a la vida. Porque siento que la visión de esa esfera clara y casi diáfana y del suave discurrir de la larga aguja segundera me proporcionan una calma, una serenidad que cada vez se me hace más imprescindible necesaria para afrontar la nueva semana.

Y con el empiece de la marcha del reloj el dedo inevitablemente se desliza repasando los muchos grabados que pueblan la carcasa. “Jean Baptiste Lemoine 1795”, leyenda más antigua y a la que siguen otras, “W. Holder 1811”, “Frederik Poelman, Amberes, 1867”, “SonnenscheinFamile-Wien-seit1904”… y que forman un laberinto de letras y números que me dice que dejando su marca en el oro, sus distintos propietarios han ido sumándose a una confabulación que dura ya más de dos siglos.

Y me gusta especular con esas marcas; elaboro teorías en las que caso años, nacionalidades e historia y me siento capaz de discurrir un hilo de acontecimientos que empezando en un combate naval y pasando por herencias, viajes y ruinas financieras llega hasta mí.

Pero más allá cualquier elucubración, mucho más allá de cualquier hipótesis fantasiosa, creo que lo que en verdad ocurrió fue que todas esas personas llegaron, como yo lo hago cada domingo, al convencimiento de que mientras existiese el Breguet, este Breguet, de que mientras esa desordenada cronología siguiese siendo objeto de cuidada custodia a través de los años, ellos mismos seguirían existiendo imperecederos frente al paso del tiempo.

Así que en cuanto tenga noticia del reloj y lo adquiera mandaré grabar mi nombre y apellido en cualquier espacio que quede libre en el metal.

Muy bonitos tus relatos, los he disfrutado y no desentonan en absoluto, al contrario enriquecen este pequeño apartado.

Gracias y un saludo

+1

Me llamo…que importa como me llame. Os voy a contar como perdí la cabeza.
Esta no es una historia de heroicidades, ni de grandes fortunas amasadas con atrevidas aventuras en el corazón de la África negra.
Es la historia de una maldición que me persigue, implacable para el resto de mi vida.
Todo comenzó una neblinosa noche de invierno en un muelle del puerto de Londres…

opuerto a la cargaaa!!..:D:D:D

Bonito relato.

Estamos a mediados del siglo XIX. Una nueva era de descubrimientos alumbra la centuria. África y América son fruta madura para todos aquellos aventureros, canallas y pícaros que quieran sacar provecho de la generosidad de la tierra y de la candidez de sus gentes.
Un nuevo cuerno de la abundancia del que emana una riqueza para todo aquel que tenga la osadía de cogerla.
La gran metrópoli, Londres, madre exigente y avara exige su tributo en forma de dinero y carne humana para mover todos sus engranajes.

Está bien, me hago llamar John, aunque en mi tierra original quizás me llamara de otra forma.
Se nota en mi forma de escribir, que mi pasión es la escritura, pero lamentablemente y como me dijo un editor “un escritorzuelo como tu no me sirves ni para escribir esquelas”, así que cuando mi sueño se fue Támesis abajo no me quedó otra opción que buscarme la vida. Hice de todo, desde trabajar en un bar en algún infame antro del puerto hasta hacer de matón para un prestamista que tenia entre sus redes a caballeros de la alta nobleza británica.
Pero al final, he acabado en los muelles, ese espacio donde los sueños se mezclan con los instintos mas bajos del hombre.

Sentado entre cajones y mercancía recién descargada de un cliper que acababa de arribar a puerto procedente del Índico, esperaba muerto de frío con la humedad calándome los huesos, a que un torpe barco de vapor atracara en el muelle para descargar su preciada carga.
El capataz masculló algo sobre un cargamento de marfil que había que manejar con cuidado, la compañía estaba harta de pagar los desperfectos que los estibadores producían al bajar la mercancía.
-El próximo que me rompa algo lo mando de cabeza a los calabozos, ¡así que tener cuidado!
-Cálmese jefe, que después de descargar nos vamos todos la taberna de Mirna La Larga.
-A quien me voy a beneficiar va a ser a tu madre, ¡como no me hagas bien el trabajo Gonzalo!, maldito perro español¡
-!Tu¡ John, coge la amarra de proa y asegurala bien. Escuchadme todos, este barco debe ser descargado en menos de 10 horas, ya que parte mañana por la tarde.

Un coro de gruñidos rodeó al capataz pero nadie osó alzar la voz, el bastardo era muy duro cuando quería, de otro modo no seria capataz de cargadores.

Una vez nos pusimos a trabajar todo eran toses, escupitajos y maldiciones junto con el resuello entrecortado por el esfuerzo.

A medianoche, cuando hicimos una pausa para descansar el capataz me mandó llamar.

-Escuchame con atención, debes acompañar a su mansión a un caballero inglés que ha venido en este barco. Te hago responsable de lo que le pase a su equipaje.

Sangre, sangre en mis manos, por todas partes. Me miro, como alucinado, no puedo entender como he llegado a esto. Estoy temblando violentamente. A mis pies, el cadáver ensangrentado del caballero inglés que hasta hace cinco minutos me estaba humillando como nadie lo había hecho hasta ahora.
Caí desplomado en un sillón cualquiera y me quedé acurrucado temblando de miedo y de ira.

Deshacerme del cadáver ha sido fácil. Lo envolví en una cortina que había en la mansión, lo subí al carromato en el que había traído parte del equipaje y lo lancé al Támesis con un lastre atado en los pies.
Cuando volví a la mansión, ésta me esperaba fría y oscura. Encendí la chimenea, lancé al fuego sus ropas manchadas de sangre junto con las mías y me senté en el sillón a esperar a que me detuvieran.