De entre los numerosos episodios de mi larga convivencia con Sherlock Holmes, hay algunos que, si bien no culminaron en procesos judiciales ni dieron lugar a escándalos públicos, permanecen indelebles en mi memoria por el sutil misterio que los rodea y por la atmósfera, a menudo más significativa que los hechos mismos. Uno de esos momentos tuvo lugar en una grisácea tarde de noviembre, cuando el cielo de Londres parecía haber descendido unos cuantos pies sobre nuestras cabezas, y una llovizna persistente golpeaba con dedos helados los cristales del 221B de Baker Street.
La chimenea ardía con un fuego corto pero bien alimentado, y el aire del salón tenía ese olor reconfortante que mezcla el humo del hogar con los restos de tabaco y el recuerdo del último té de la tarde. Yo me hallaba en mi sillón habitual, hojeando sin entusiasmo un número atrasado de Lancet, cuando mi compañero rompió el silencio con una frase que, como tantas otras suyas, parecía nacer de la nada y abrir una puerta a lo desconocido.
—Los objetos, Watson, rara vez mienten. Los hombres, en cambio, lo hacen con admirable constancia.
Alcé la vista. Holmes se hallaba inclinado sobre su mesa de trabajo, con la lámpara baja proyectando una elipse de luz cálida sobre un paño de fieltro verde. Allí, como una ofrenda ritual, reposaba un reloj de bolsillo dorado, abierto y revelando su interior con la delicadeza de una concha marina
—¿Qué ha encontrado ahora? —pregunté, dejando a un lado la revista.
—No lo he encontrado, Watson. Me lo han traído. Don Salustiano Sánchez, secretario del consulado español, lo halló entre los efectos personales de un compatriota fallecido en circunstancias, digamos… inciertas.
Me incorporé y me acerqué. Holmes me ofreció una lupa de latón y señaló la tapa interior del reloj.
—Fíjese bien. Comenzando por lo obvio.
—Aquí: “14K / 0.585”. Oro de catorce quilates, con el contenido de oro puro indicado en milésimas. Estándar suizo.
—Y esta criatura diminuta…
—Una ardilla —murmuré—. Marca de garantía helvética para el oro de esa aleación.
Holmes asintió con una sonrisa leve, el rostro apenas iluminado por la llama danzante del hogar.
—No esperaba menos de usted. Ahora bien, esto otro —dijo, apuntando con unas pinzas a un círculo en cuyo interior se leía “CHI”— es más críptico.
—¿Una marca de ciudad? ¿Chiasso, tal vez?
Holmes negó suavemente con la cabeza.
—Un error común, aunque no anda del todo desencaminado. En realidad, se trata de un código de responsabilidad. “CHI” corresponde a Valcambi SA, una refinadora de metales preciosos con sede en Balerna aunque inicialmente la tuvo en Chiasso. Muy bien, Watson. Un fabricante suizo de primer orden, pero poco presente en relojes comerciales. Este ejemplar fue producido por encargo.
Volteó el reloj con su característica elegancia de gesto y me mostró el reverso.
—Lea esto, si es tan amable.
Gravado con finura sobre el oro cepillado, se leía:
“CAJA IBERICA DE CRÉDITO / X / ANIVERSARIO”
—Un regalo institucional —dije—. ¿Un décimo aniversario de servicio, quizá?
—Posiblemente. Un obsequio reservado a empleados de confianza. Pero hay más. Mire aquí dentro.
Holmes volvió a abrir la tapa interna y señaló seis inscripciones talladas a mano: fechas, números, pequeños garabatos. El trazo de cada una hablaba de manos distintas, herramientas diferentes, y años muy separados.
—Cada grabado corresponde a un servicio de mantenimiento. Este fue abierto en Rusia, este en Grecia, y este otro, si no me equivoco, por un relojero alemán. Un objeto viajero, y no por azar.
Dejó reposar las pinzas, se incorporó con lentitud y caminó hacia la chimenea. Tomó las largas tenazas de hierro y, con la delicadeza de un monje alimentando una lámpara votiva, extrajo un carbón incandescente de entre las brasas. Lo acercó al hornillo de su larga pipa de cerezo, que ya aguardaba cargada sobre la repisa, y pronto una voluta de humo gris se alzó en espiral hacia las penumbras del techo.
—Lo interesante —dijo tras una larga calada— no es que el reloj exista, sino que haya aparecido ahora. Porque el difunto Menéndez, empleado de oficina de segunda categoría, no tenía ingresos para poseer un Valcambi de oro. Tampoco tenía vínculos conocidos con la banca española. Y sin embargo, su cadáver apareció en un almacén de Limehouse, con este reloj oculto en una faja bajo la camisa.
—¿Y la policía?
Holmes soltó una breve nube de humo, que ascendió con pereza hasta perderse en las sombras veladas del techo.
—Barajaron un atraco fallido, luego un suicidio. El informe es vago, burocrático, casi desganado. Ni un signo de violencia, ni testigos, ni preguntas. La nacionalidad extranjera, el puesto menor… no despiertan entusiasmo en Scotland Yard. A fin de cuentas, un humilde empleado español no suele alterar demasiado la maquinaria oficial de esta ciudad. Pero el reloj no miente, Watson. Este artefacto, que ha cruzado media Europa en silencio para terminar oculto en la faja de un empleado de segunda categoría, guarda en sus marcas y mecanismos la clave de un pacto, o de una traición. Quizá ambas cosas.
Me senté, abrumado por la súbita densidad del caso que asomaba en la penumbra como un rostro tras un cristal empañado. El fuego crepitaba en la chimenea, y en el exterior la lluvia se intensificaba, tamborileando sobre el alféizar como los nudillos de un visitante que aún no ha decidido si entrar.
Holmes tomó el reloj una vez más y lo hizo girar entre sus dedos.
—No hay objeto tan pequeño que no pueda contener una historia. O, en todo caso, un secreto.
Y en ese instante, en aquel salón tibio y umbrío, sentí que el misterio acababa de llamar a nuestra puerta. ¡La partida había comenzado!

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Mis disculpas, no pude resistir la tentación.
Huelga decir que me tomé demasiadas libertades, así que vamos a aclararlo.
Por lo que se refiere a la caja, como ya comentó @Tortuga_Shelly,se trata de una caja de oro de 14k, de fabricación suiza. El origen viene determinado por el grabado de la ardilla, una marca que empezó a usarse siguiendo una orden ejecutiva del 17 de mayo de 1881.
El símbolo “CHI” dentro de un círculo es la marca de Valcambi SA, una empresa cuyos orígenes se remontan a 1961, cuando cinco inversores privados suizos fundaron una refinería de metales preciosos en Chiasso, en el cantón de Tesino (Ticino), bajo el nombre Valori & Cambi. El 1 de septiembre de 1967, la compañía adoptó oficialmente el nombre Valcambi SA y su sede se trasladó a Balerna. Entre 1967 y 1968, Credit Suisse ingresó en el capital accionarial de la empresa, adquiriendo inicialmente un 50% de participación, seguido de un 30% adicional. Finalmente, en 1980, completó la adquisición del 100% de las acciones.
Cuando Valcambi completó las obras de su nueva refinería e inició operaciones bajo control de Credit Suisse, se publicó una nota de prensa con anuncio a todo color en la página opuesta, blanco y negro en la siguiente, en Europa Star, #53 5/6, 1968
VALCAMBI S.A.: UNA JOVEN EMPRESA SUIZA EN ASCENSO
De reciente fundación, Valcambi S.A., empresa controlada por Credit Suisse, ya se ha consolidado plenamente y sus actividades con vistas a su desarrollo en el ámbito del tratamiento de metales preciosos se están ampliando cada vez más.
El objetivo que se había propuesto de ser reconocida en el mercado internacional del oro se logró en pocos meses, gracias a la calidad de su producción.
Además, se ha realizado un esfuerzo importante para mejorar también la producción de pulseras de oro para relojes, tanto en términos de calidad como de precio, en interés de los fabricantes de relojes suizos.
Una nueva fase de desarrollo en este particular sector de Valcambi S.A. se marcó a principios de agosto con el aumento de personal calificado y la instalación de nueva y avanzada maquinaria.
Además de la fabricación y creación de nuevos modelos, también se ha prestado cada vez más atención al importante servicio posventa.
La demanda de pulseras de oro en nuestro mercado es muy alta debido a la reputación mundial de la industria relojera suiza. Estas circunstancias impulsaron a Valcambi S.A. a ampliar y mejorar su propia producción de estos artículos.
Por ello, Valcambi S.A. tiene como objetivo fabricar un producto suizo de buena calidad a precios razonables; está convencida de que así podrá contribuir a mantener la posición predominante de nuestra industria relojera en el mercado mundial.
En años posteriores irían apareciendo más anuncios y creo que resultan interesantes los que, además del armis, muestran la caja. Por ejemplo,
Europa Star #96, 6/6, 1975
Europa Star #105, 3/6, 1977
Diría que estos últimos diseños se parecen bastante al del reloj misterioso.
Para terminar, señalar que la empresa Valcambi sigue en funcionamiento, si bien en la actualidad es subsidiaria de Rajesh Exports Limited, una multinacional india minorista de oro con sede en Bangalore.
Como dato curioso, en 2015 un informe titulado A Golden Racket, elaborado por la ONG suiza Erklärung von Bern, reveló que Valcambi había adquirido oro procedente de minas artesanales en Burkina Faso, introducido de contrabando a través de Togo. La empresa negó las acusaciones y recalcó su estricto cumplimiento de los procedimientos para la adquisición de oro. Como es bien sabido, el mundo de las piedras, los metales preciosos y otros minerales valiosos no está exento de controversias y puede resultar bastante turbio. Aquí el informe:
En cuanto a la esfera, otra posible explicación es que estuviera personalizada con el logotipo y/o el nombre de la Caja Ibérica de Crédito, lo cual quizá no fue del agrado de alguno de sus propietarios y decidió cambiarla. También es posible que fuera completamente estéril, y eso tampoco resultara atractivo. En cualquier caso, si finalmente decides llevarla a un esferista podrás personalizarla a tu gusto.