Aristóteles consideraba que el ser humano es, por naturaleza, un ser social, lo cual implica que la sociabilidad no es simplemente una elección, sino una característica intrínseca de nuestra existencia. Según el filósofo, desde el nacimiento, las personas necesitan de los demás para sobrevivir y desarrollarse, pues es en la interacción con otros donde alcanzan su máximo potencial. La vida en sociedad no solo satisface nuestras necesidades materiales y emocionales, sino que también permite la realización de nuestras virtudes y capacidades, consolidando así nuestra humanidad. Por ello, la búsqueda de una vida plena y justa es inseparable de la comunidad.
Visto desde esta perspectiva, la medida y gestión del tiempo se convierte en algo más que un ejercicio científico o técnico; se transforma en una actividad social que establece lazos invisibles entre los individuos. El tiempo compartido crea una base común que permite la coordinación de acciones, la sincronización de rutinas y la previsibilidad de las interacciones humanas. Así, el reloj no solo marca horas, sino que también estructura el tejido social, ayudando a construir un sentido compartido de realidad. Es mediante la sincronización de horarios y la disciplina temporal que se facilita la convivencia y el entendimiento mutuo, cimentando un espacio común donde las acciones de unos dependen de las de otros.
En contraste, quien vive apartado de la sociedad, en soledad absoluta, no encuentra necesidad de esta sincronización; no tiene que respetar horarios, ni coordinarse con el ritmo de la vida colectiva, ni preocuparse por llegar tarde. Para quien ha elegido el camino del anacoreta, el tiempo se diluye en una sucesión de momentos desprovistos de la presión social que imponen las obligaciones y los compromisos comunes. La libertad de no ajustarse a un ritmo externo también revela cómo la percepción y gestión del tiempo dependen de nuestra inmersión en la vida comunitaria.
Por otro lado, incluso el reloj que asiste al ser social requiere de un apoyo externo, de un punto de referencia que lo mantenga sincronizado. Necesita ajustarse a un patrón más amplio, como el tiempo universal, que es regulado por instrumentos y estándares precisos a nivel global. Esto refleja nuestra dependencia de un consenso social sobre el tiempo, donde cada reloj, y en consecuencia cada persona, busca una alineación con un marco temporal aceptado colectivamente. Así, el tiempo se presenta no solo como una medida física, sino como una convención social que nos recuerda nuestra interdependencia y necesidad de vivir en comunidad.
Las señales públicas para marcar una hora determinada tienen sus raíces en los comienzos de la civilización, cuando la necesidad de coordinar y organizar la vida comunitaria se volvió esencial para el desarrollo de las sociedades humanas. Desde tiempos remotos, la sincronización de actividades y la transmisión de información temporal fueron cruciales para la vida en comunidad, especialmente en sociedades agrícolas, donde el control del tiempo estaba íntimamente ligado a los ciclos naturales y las actividades cotidianas. El canto del gallo, por ejemplo, era una señal natural que anunciaba la llegada del amanecer, sirviendo como un aviso biológico para el inicio de la jornada.
A medida que las civilizaciones se fueron desarrollando, surgió la necesidad de señalar momentos específicos del día con mayor precisión, ya sea para organizar tareas colectivas, anunciar el inicio de rituales religiosos, o regular actividades económicas y sociales. Para este propósito, se comenzaron a emplear diversos dispositivos sonoros capaces de alcanzar a toda la comunidad. Las clepsidras, también conocidas como relojes de agua, fueron dispositivos fundamentales para medir el tiempo en la antigüedad. Su uso se remonta a varias civilizaciones antiguas, pero en Grecia y Roma alcanzaron un desarrollo tecnológico notable, tanto en diseño como en precisión. En particular, se atribuyen a Arquímedes y Vitruvio descripciones detalladas de clepsidras con mecanismos capaces de emitir señales sonoras, lo que las convierte en una forma primitiva de señalización horaria, y en un ámbito más doméstico, no podemos dejar de citar el simple pero efectivo despertador de Platón.
Los gongs, campanas y tambores se convirtieron en herramientas efectivas para marcar el tiempo en espacios públicos, transmitiendo mensajes a grandes distancias mediante su resonancia. Estos elementos sonoros no solo informaban sobre el paso del tiempo, sino que también creaban una estructura común, reforzando la idea de pertenencia a una comunidad unida por ritmos compartidos.
Las campanas de las iglesias, por ejemplo, cumplían una función más allá de la simple marcación horaria; servían como un hilo conductor que unía a los individuos con la vida social y religiosa del entorno. Sus tañidos no solo anunciaban las horas, sino también momentos clave como la misa, los funerales, los festivales y las emergencias. Asimismo, en otras culturas, los tambores y gongs cumplían roles similares, avisando a los aldeanos sobre el inicio de ceremonias, cambios en la guardia, reuniones importantes o amenazas.
Otro método de señalización horaria, que en algunos lugares se ha mantenido hasta nuestros días, aunque ahora con un enfoque más turístico, fue el empleo de los llamados “cañones de señales”. Estos cañones se disparaban para marcar una determinada hora en diferentes ciudades. Por ejemplo, en Liverpool, en el castillo de Edimburgo y en Perth, un cañón se disparaba diariamente a la una de la tarde para indicar la hora. El famoso “One O’clock Gun” de Edimburgo aún se encuentra en funcionamiento.
En España, el cañonazo de las 12 en la Fortaleza del Hacho, Ceuta, y el del Arsenal Militar de Ferrol.
En Santiago de Chile, un cañón en la cima del cerro Santa Lucía se dispara todos los mediodías desde 1825.
En Vancouver, Columbia Británica, cada noche a las 21:00 se acciona el “9 O’clock Gun”. Este cañón fue instalado en Stanley Park en 1894 por el Departamento de Pesca para advertir a los pescadores sobre el cierre de la actividad los domingos a las 18:00 horas, pero posteriormente se convirtió en una señal horaria para toda la población. Antes de la instalación del cañón, el farero de Brockton Point detonaba un cartucho de dinamita para cumplir esta función.
En otras regiones de Canadá, un “cañón de mediodía” (Noon Gun) se dispara diariamente desde las ciudadelas de Halifax y Quebec, así como desde Signal Hill en St. John’s, Terranova y Labrador. De manera similar, en Ciudad del Cabo, desde 1806, se dispara un cañón de mediodía desde la Lion Battery, en Lion’s Rump (no por casualidad llamada también Signal Hill).
En Hong Kong, esta tradición tiene un propósito similar. Comenzó en la década de 1860, durante el período colonial británico, y con el tiempo se ha convertido en una atracción turística.
En Roma, la tradición de disparar un cañón al mediodía se mantiene desde 1904 en la colina del Janículo, al oeste del Tíber. Esta práctica fue introducida por el Papa Pío IX en 1847 para sincronizar las campanas de las iglesias de Roma. Originalmente, el cañón estaba ubicado en Castel Sant’Angelo, pero en 1903 fue trasladado temporalmente a Monte Mario, hasta ser colocado en su ubicación actual. La tradición fue interrumpida durante la Segunda Guerra Mundial y se reanudó el 21 de abril de 1959, en el 2712 aniversario de la fundación de Roma.
Nota: Como señala acertadamente @Jinetegaláctico, también es posible encontrar ejemplos del impacto de esta tradición en la cultura popular. Un ejemplo destacado es la película Mary Poppins (1964), en la que los personajes del Almirante Boom y Mr. Binnacle marcan el ritmo de la vida en el vecindario disparando un cañón para señalar la hora, dos veces al día.
Todos estos avisos sonoros se convirtieron, entonces, en una herramienta de comunicación colectiva, facilitando la organización social y permitiendo a las comunidades moverse al unísono en su día a día. La capacidad de emitir señales audibles para comunicar un instante determinado del día reflejaba una necesidad fundamental de organizar la vida común y crear un sentido compartido del tiempo. La sincronización mediante sonidos amplios y potentes demostró ser un recurso eficaz en tiempos en los que no existían relojes individuales, revelando cómo la organización temporal era, de alguna manera, un fenómeno comunitario, cuya percepción dependía de señales colectivas e interpretaciones compartidas.
No obstante, en estos casos la medición del tiempo se basaba principalmente en el principio de la hora local verdadera. Así, por ejemplo, en la Edad Media, los relojes de las torres de las iglesias se calibraban periódicamente en función de la posición local del sol y anunciaban la señal horaria tocando una campana. Sin embargo, con el aumento de la conectividad global y el creciente volumen de tráfico, tanto ferroviario como marítimo, el concepto de una hora local basada en la posición del sol dejó de ser práctico. Por esta razón, entre las décadas de 1840 y 1860, la mayoría de los países europeos adoptaron zonas horarias uniformes, cada una de ellas con una hora estándar que, aunque no coincidía exactamente con la hora local, facilitaba la coordinación. A diferencia de la hora solar, esta nueva hora no podía determinarse en todos los lugares midiendo la posición del sol. En cambio, se establecían señales horarias en un punto específico y luego se distribuían a lo largo de la zona horaria correspondiente.
Inicialmente, la transmisión de la señal horaria se realizaba de manera manual y local. Por ejemplo, en el Mathematisch-Physikalischer Salon (Salón Matemático-Físico) de Dresde, los usuarios podían suscribirse a un servicio que les entregaba la hora oficial. Un mensajero se encargaba de transportar un reloj portátil y distribuirlo periódicamente, llevando la hora precisa desde la fuente oficial hasta quienes la requerían. Este método reflejaba la importancia creciente de contar con un tiempo unificado y preciso, especialmente para actividades científicas, comerciales y administrativas.
También se utilizaron técnicas de transmisión ópticas, como las denominadas esferas de señales horarias. En la antigüedad, la caída de una pequeña esfera era un método utilizado para marcar el paso del tiempo. Este sistema fue empleado por los antiguos griegos en la plaza principal de algunas ciudades, como en Gaza, desde la época de Alejandro Magno hasta el siglo VII, según relata Procopio de Cesarea en su obra De aedificiis. Las estaciones con esferas de señales horarias ajustaban sus relojes mediante observaciones del tránsito del sol y las estrellas. Originalmente, estas esferas se ubicaban en observatorios o en lugares con relojes muy precisos que se sincronizaban manualmente desde un observatorio. No obstante, tras la introducción del telégrafo eléctrico alrededor de 1850, estas esferas pudieron ser ubicadas a gran distancia de la fuente horaria y operadas remotamente.
El primer dispositivo de este tipo fue instalado en 1829 en Portsmouth, Inglaterra, por su inventor, el capitán de la Marina Real británica Robert Wauchope (1788-1862). A este primer intento le siguieron otras instalaciones en puertos importantes del Reino Unido, como Liverpool, y en distintas partes del mundo. En 1833, el Astrónomo Real John Pond instaló una esfera en el Observatorio de Greenwich, que ha descendido a las 13:00 cada día desde entonces.
Wauchope compartió su diseño con las embajadas estadounidenses y francesas que visitaron Inglaterra. Como resultado, se estableció una esfera horaria en 1845 en el Observatorio Naval de los Estados Unidos, en Washington D.C.
Por lo general, estas esferas descendían a las 13:00, aunque en los Estados Unidos lo hacían al mediodía. Cinco minutos antes del descenso, se izaban a media altura para alertar a los barcos, y dos o tres minutos antes de la hora exacta, se levantaban por completo. La señal horaria se marcaba con el inicio del descenso de la esfera, no cuando llegaba al final de su recorrido.
Con la aparición de las señales horarias transmitidas por radio, las esferas de tiempo comenzaron a volverse obsoletas y muchas fueron desmanteladas en la década de 1920. Sin embargo, algunos de estos dispositivos se conservan y se utilizan como atractivos turísticos históricos. En España, destaca la bola de señales del Real Instituto y Observatorio de la Armada en San Fernando, que fue inaugurada en 1878.
Sin embargo, la más popular probablemente sea la del Reloj de Gobernación en la Puerta del Sol de Madrid, famosa por su protagonismo cada Nochevieja. Originalmente, desde 1890, esta esfera descendía diariamente a las 12:00 del mediodía para marcar la hora a los viandantes, aunque actualmente solo se utiliza en eventos especiales como la celebración de fin de año.
Otra variación extremadamente popular de esta idea, se ha convertido en todo un símbolo de las celebraciones de Nochevieja en Nueva York. Desde el 31 de diciembre de 1907, la famosa bola de Times Square marca la llegada del Año Nuevo al descender lentamente durante 60 segundos, desde las 23:59 hasta la medianoche.
En 1879, Sandford Fleming, ingeniero, inventor y diseñador de sistemas ferroviarios canadiense, propuso un innovador sistema de medición del tiempo que implicaba el uso de un reloj de 24 horas a nivel mundial. En una reunión del Royal Canadian Institute el 8 de febrero de ese año, Fleming sugirió la creación de un sistema horario global basado en el anti-meridiano de Greenwich, es decir, el meridiano opuesto a los 180° de longitud. La idea era establecer una “hora mundial” unificada, a la que estarían subordinadas todas las zonas horarias locales, las cuales se repartirían en franjas alrededor del planeta. Esta propuesta respondía a la creciente necesidad de estandarizar el tiempo en un mundo que se estaba interconectando cada vez más a través de las redes ferroviarias, la navegación y, en menor medida, las comunicaciones telegráficas.
El concepto de Fleming fue pionero en la creación de un marco global para la medición del tiempo, aunque el modelo exacto de las zonas horarias actuales se desarrollaría progresivamente en los años siguientes. Su visión de un reloj de 24 horas fue clave para entender la relación entre las zonas horarias locales y una referencia mundial fija, sentando las bases para la coordinación horaria internacional.
Un avance significativo hacia la estandarización del tiempo ocurrió en Estados Unidos el 18 de noviembre de 1883. Antes de esta fecha, las comunidades estadounidenses solían guiarse por su propia hora local, determinada según la posición del sol en cada localidad. Sin embargo, este sistema resultaba caótico e incompatible con el crecimiento del sistema ferroviario, que requería una sincronización precisa para garantizar la seguridad y eficiencia de los trenes.
Para resolver este problema, el 11 de octubre de 1883, la General Time Convention —una entidad precursora de la Asociación de Ferrocarriles de Estados Unidos— aprobó un plan que dividía al país en cuatro zonas horarias: Hora del Este, Hora Central, Hora de las Montañas y Hora del Pacífico.
El 18 de noviembre de 1883, conocido como el Día de los Dos Mediodías, el Observatorio Allegheny, en la Universidad de Pittsburgh, envió una señal telegráfica a las 12:00 del mediodía en el meridiano 90, sincronizando así las 13:00 de la Hora del Este con las 12:00 de la Hora Central, las 11:00 de la Hora de las Montañas y las 10:00 de la Hora del Pacífico. Este evento marcó el inicio de un estándar horario coordinado en el país, lo cual tuvo un impacto directo en la organización de los horarios ferroviarios y la vida cotidiana de las comunidades. Aunque inicialmente impulsado por la industria ferroviaria, este sistema se convertiría en un modelo ampliamente aceptado y posteriormente adoptado por otros países, contribuyendo al desarrollo del sistema de zonas horarias globales que conocemos hoy en día.
Las posibilidades de la telegrafía, que surgieron a principios del siglo XIX, no solo revolucionaron la comunicación a larga distancia, sino que también ofrecieron un medio para la transmisión de señales horarias, facilitando la sincronización del tiempo entre distintas localidades.
Esta innovación inicial se expandiría hacia nuevas fronteras con el desarrollo de la tecnología de radio. Aleksandr Stepánovich Popov, un pionero ruso, marcó un hito en 1895 al transmitir señales de radio de forma inalámbrica entre un emisor y una antena a 250 metros de distancia.
Este avance demostró el potencial de la transmisión inalámbrica para distribuir señales, no solo para comunicaciones, sino también para la gestión y sincronización del tiempo.
En 1899, Guglielmo Marconi, considerado el padre de la radio, llevó este concepto aún más lejos al establecer la primera comunicación inalámbrica entre Francia e Inglaterra a través del Canal de la Mancha. Dos años después, en 1901, Marconi logró un avance monumental al enviar señales de radio a través del Océano Atlántico, conectando Europa y América.
Estos hitos tecnológicos sentaron las bases para el uso de la radio en la transmisión de señales horarias, lo cual sería crucial para la sincronización precisa del tiempo en una sociedad que dependía cada vez más de la exactitud temporal para el transporte, el comercio y las comunicaciones.
En medio de estos primeros trabajos de Marconi, el ingeniero óptico e inventor irlandés Sir Howard Grubb (a él se deben, entre otras, mejoras en los periscopios submarinos durante la Primera Guerra Mundial, o la invención de la mira reflectora / mira réflex) presentó una propuesta innovadora. Durante una conferencia en la Royal Dublin Society en noviembre de 1898, Grubb sugirió la posibilidad de utilizar el sistema de telegrafía inalámbrica de Marconi para controlar los relojes públicos de manera remota. En su artículo titulado “Proposal for the Utilisation of the ‘Marconi’ System of Wireless Telegraphy for the Control of Public and Other Clocks” (Propuesta para la utilización del sistema ‘Marconi’ de telegrafía inalámbrica para el control de relojes públicos y de otro tipo), publicado en Scientific Proceedings for the Royal Dublin Society, Grubb destacó la elegancia y eficiencia de la transmisión inalámbrica de señales horarias.
Grubb expresó la idea de que, en una ciudad equipada con este sistema, cada hora podría ser marcada por una onda de radio que pasaría “rápida y silenciosamente” ajustando automáticamente los relojes sin la necesidad de una conexión física directa. Incluso aventuró una visión futurista en la que un individuo podría llevar un dispositivo en el bolsillo para ajustar su reloj mientras caminaba por las calles, gracias a las ondas de radio. Esta idea, aunque planteada inicialmente como un experimento teórico, introdujo el concepto de relojes radiocontrolados, una tecnología que se haría realidad en el siglo XX.
A partir de estas ideas, surgió la noción fundamental de transmitir señales horarias a través de la radio. La propuesta de Grubb, junto con los avances de Popov y Marconi, anticiparon un mundo en el que la sincronización precisa del tiempo podría lograrse de manera inalámbrica, sentando las bases para la era moderna de los relojes radiocontrolados y la estandarización global del tiempo. Este concepto resultaría esencial para una sociedad cada vez más conectada e interdependiente, permitiendo la sincronización de sistemas de transporte, redes de telecomunicaciones, actividades comerciales y científicas en todo el mundo.
Las primeras transmisiones de señales horarias comenzaron en 1903, cuando la Armada de los Estados Unidos utilizó un reloj del Observatorio Naval de los Estados Unidos, ubicado en Washington, D.C., para enviar señales destinadas a los navegantes. Sin embargo, este primer servicio era irregular y tenía como principal objetivo permitir que los marineros ajustaran y corrigieran sus cronómetros náuticos. En aquella época, la precisión de los cronómetros era fundamental para la navegación, ya que la determinación correcta de la longitud geográfica dependía directamente del conocimiento exacto de la hora.
Fue el 9 de agosto de 1904 cuando se estableció un servicio de señales horarias regular y programado desde el Navy Yard de Boston, marcando un hito en la transmisión horaria. Estas señales regulares permitían una sincronización más fiable y constante, mejorando la navegación y la gestión del tiempo en las rutas marítimas. Poco después, en 1907, se instalaría en Canadá el que posiblemente fue el primer transmisor de señales horarias fuera de los Estados Unidos, ubicado en la estación VCS en Halifax. Esta expansión del servicio de sincronización de cronómetros demostró la creciente relevancia de las señales horarias para la navegación y la comunicación marítima.
A partir de 1910, Europa también comenzó a utilizar la radio para transmitir señales horarias. El Bureau des Longitudes de Francia, que ya tenía experiencia en la medición y ajuste del tiempo, inició la emisión de señales desde la Torre Eiffel, un lugar estratégico por su altura y visibilidad. Estas señales se transmitían dos veces al día, utilizando una longitud de onda de 2.000 metros, lo que permitía que las transmisiones pudieran ser recibidas a largas distancias. La estación estaba identificada con el código “FL” y sus señales estaban especialmente dirigidas al transporte marítimo. El reloj de referencia se encontraba en el cercano Observatorio de París, lo que garantizaba una alta precisión en la emisión.
Gracias a su frecuencia de onda larga, estas señales horarias francesas resultaron particularmente útiles para los barcos en alta mar, ya que permitían a la Armada ajustar los cronómetros a bordo y, con ello, corregir su posición en el océano. La implementación de este sistema de señales horarias marcó el comienzo de una nueva era en la gestión y estandarización del tiempo, facilitando la navegación, el transporte y la sincronización de actividades en un mundo cada vez más interconectado.
No obstante, y sin olvidar el papel crucial de la conocida como señal ONOGO, en gran parte sería la BBC la que popularizaría las señales horarias. El 5 de febrero de 1924, los icónicos pitidos de la señal horaria (conocidos afectuosamente como “pips”) se transmitirían por primera vez, marcando un hito en la sincronización del tiempo a través de la radio. Esta innovadora idea fue concebida por el astrónomo real, Sir Frank Watson Dyson, en colaboración con John Reith, el director de la BBC. Reith reconoció la necesidad de una señal horaria fiable y consistente, por lo que encargó a la empresa Marconi / Siemens, ubicada en Charlton, cerca de Greenwich, el desarrollo de este sistema de transmisión.
La empresa asignó el proyecto a un joven ingeniero de apenas 18 años, Harry Lampen Edwards, quien fue designado para trabajar directamente en el Observatorio Real de Greenwich. Edwards, con su ingenio y habilidades técnicas, fue fundamental para el diseño y la implementación del sistema de señales horarias. Los pitidos que se escucharían en las transmisiones de la BBC no eran simplemente un tono; representaban un esfuerzo meticuloso por garantizar que la hora se transmitiera con precisión.
Los pitidos originales eran controlados por dos relojes mecánicos de alta precisión ubicados en el Observatorio Real de Greenwich. Estos relojes estaban equipados con contactos eléctricos conectados a sus péndulos, lo que permitía que, con cada oscilación, se enviara una señal eléctrica. La utilización de dos relojes se implementó como una medida de seguridad redundante: en caso de que uno de ellos fallara, el segundo podría seguir enviando señales, asegurando la continuidad del servicio.
Cada segundo, estos relojes transmitían señales a la BBC, donde eran convertidas en un tono audible a través de un sistema de oscilación. Este proceso de conversión permitió que los pitidos fueran transmitidos en las emisiones de radio de forma clara y sincronizada, brindando a los oyentes una herramienta efectiva para ajustar sus relojes con la hora exacta de Greenwich. Así, el proyecto de Dyson y Reith no solo representó un avance técnico, sino que también tuvo un impacto duradero en la vida cotidiana de las personas, facilitando la sincronización y la estandarización del tiempo.
Las señales horarias de la BBC se volvieron tan icónicas que su sonido es fácilmente reconocible para muchas generaciones. Además de facilitar el ajuste de los relojes, este sistema tuvo un impacto en la cultura popular, apareciendo en películas, programas de televisión y otras formas de entretenimiento, lo que reforzó su presencia en la vida cotidiana de la gente.
A lo largo de las décadas, emisoras de radio de todo el mundo adoptaron prácticas similares, transmitiendo sus propias señales horarias para ayudar a sus audiencias a mantener un tiempo preciso. Esto era especialmente importante en un mundo donde la sincronización exacta se estaba volviendo fundamental para actividades como la navegación, el comercio, y la comunicación internacional.
Dejando de lado invenciones cuanto menos curiosas, como el “horófono”,
y las primitivas propuestas de relojes radio-controlados de forma semi-automática o automática, ¿qué podía ofrecer la industria relojera tradicional al ciudadano de a pie con su modesto y cada vez más popular reloj de pulsera?
Si reflexionamos sobre la sincronización de un reloj mecánico, con la ventaja que nos brinda la perspectiva histórica y la experiencia personal, lo primero que nos viene a la mente es la necesidad de contar con un reloj equipado con la función de parada de segundero. No obstante, aunque esta función había sido inventada mucho antes, su importancia no fue formalmente reconocida ni demandada para relojes de pulsera hasta la Segunda Guerra Mundial y ello en un ámbito específico.
En los entornos militares se sabía que sincronizar operaciones era fundamental, especialmente tras las lecciones aprendidas en la Primera Guerra Mundial, donde la falta de sincronización había afectado la coordinación de las tropas y resultado en no pocas ocasiones en consecuencias desastrosas. Sin embargo, las especificaciones requeridas para los relojes ATP (Army Trade Pattern) no incluían la función de parada de segundero,
al igual que las especificaciones posteriores para los relojes W.W.W. (Watches, Wristlet, Waterproof), conocidos como los famosos ‘Dirty Dozen’.
En contraste, los estadounidenses sí incluyeron esta característica en las especificaciones del reloj A-11, un modelo icónico apodado ‘el reloj que ganó la guerra’ debido a su amplio uso por las fuerzas aliadas.
En décadas posteriores al conflicto, la función de parada de segundero comenzaría a popularizarse lenta y gradualmente en los relojes civiles, aunque seguiría siendo una característica más vista en modelos militares, si bien ni mucho menos de manera generalizada, incluso con propuestas innovadoras como la de Lemania y su Tg 195.
Este modelo se fabricó en los años 50 y 60 para las fuerzas armadas suecas y estuvo en servicio entre 1952 y 1975. Fue un modelo estrictamente militar y no se comercializó en el mercado civil. Se estima que se produjeron un total de 5.000 unidades (2.500 en la variante con impresión dorada y 2.500 con impresión plateada). Algunas fuentes apuntan que se trataba de un reloj para pilotos de la fuerza aérea pero al parecer su destino fueron unidades de artillería. Por lo que respecta a su denominación, Tg 195, hay quienes consideran que TG significa “Tid Givare” (en sueco, “donante de tiempo”, “sensor de tiempo”) o “Tidgivare” (“minutero”, “cronometrador”), y que no se ha determinado el significado del 195. Otros apuntan que significa “TygGrupp 195” o Task Force 195, que al parecer se trataría de un lugar de almacenamiento militar. Es por ello que a veces se puede encontrar referido con el mote “Tid Givare” o también con el de “Tre Kronor”, por las tres coronas estampadas en la trasera.
La caja, de 40mm, muestra unas líneas que se se harían famosas en legendarios cronógrafos posteriores. El calibre, de remonte manual y específico para este modelo, era un Lemania 2225.
Al presionar el pulsador a las 2, la trotadora se reseteaba a 0 al tiempo que salía la corona y se detenía el movimiento. Con la corona fuera se podían ajustar las manecillas y al presionarla se volvía a poner en reloj en marcha. Resulta una curiosa, pero ciertamente muy práctica, solución técnica para facilitar el proceso de sincronización del reloj.
Observamos pues que la función de parada de segundero no era de uso común, ni siquiera en relojes militares. ¿Qué opciones tenía, por lo tanto, el ciudadano corriente que escuchaba la señal horaria de la radio desde su hogar? Al parecer, Mido se hizo la misma pregunta.
Perdida actualmente en la pirámide del Grupo Swatch, la marca Mido quizás sea ignorada o incluso resulte desconocida para algunos entusiastas, pero en los años 1920-1940 fue sinónimo de creatividad e innovación. Georges Schaeren, un relojero suizo experimentado e ingenioso, fundó Mido G. Schaeren & Co. el 11 de noviembre de 1918, y desde el principio, el nombre Mido -del español “Yo mido”, según la propia empresa- se convirtió en sinónimo de innovación técnica y diseños atemporales. En la década de 1920, Mido introdujo relojes de señora con cajas esmaltadas en color y modernas correas, así como relojes para caballero de estilo art déco.
Encontró también un mercado en el floreciente mundo del automóvil produciendo relojes con forma de parrillas de radiador de una amplia gama de marcas como Buick, Bugatti, Fiat, Ford, Excelsior, Hispano-Suiza, etc., y dirigiendo su atención a los clubs automovilísticos.
Los años 30 verían la aparición del tremendamente popular diseño Multifort, el primer Mido en usar un movimiento automático, y que además era resistente a los golpes, antimagnético e impermeable.
Curiosa es también la relación de Mido con el nacimiento de Citizen. La japonesa había iniciado operaciones en 1930 y al parecer se hizo con una pequeña compañía suiza que exportaba relojes Mido. De hecho, Pierre-Yves Donzé llega a afirmar en su libro Industrial Development, Technology Transfer, and Global Competition: A History of the Japanese Watch Industry Since 1850,
“Hence, Mido watches were the models of the three new watches marketed by Citizen until the end of WWII (1931, 1935, and 1941): all were imitations of Mido watches” (p. 93).
Por tanto, relojes Mido fueron los modelos de los tres nuevos relojes comercializados por Citizen hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1931, 1935 y 1941): todos eran imitaciones de relojes Mido. (pág. 93).
Pero volviendo a Suiza, en 1939 la marca utilizaría por primera vez el Robot Mido, “Robi”, como embajador y símbolo de progreso y robustez. Una tira cómica de esta época presentaba al robot Mido y sus aventuras, en las cuales, y al más puro estilo conejito Duracell, nunca se paraba, y seguía y seguía…
Mido también recuerda en la obra publicada por su centenario, que “el año 1939 estuvo marcado por toda una serie de innovaciones, como relata quizás el primer anuncio en cuatricromía publicado en Suiza, en la segunda página del Zürcher Illustrierte nº 19 del 12 de mayo de 1939”.
Ese número se publicó con motivo de la Exposición Nacional Suiza de 1939 y en el anuncio se mostraban varias versiones del Mido Multifort, así como también otros cuatro modelos del mismo año. Todos ellos se presentarían en marzo de 1939 en la 9ª feria relojera suiza de Basilea. Como podemos ver, entre ellos se encuentran dos novedades principales, el Datometer, un reloj que presenta una manecilla adicional para indicar la fecha, y el modelo que nos ocupa, el Radiotime.
Tal y como lo anunciaban en el Journal Suisse d’Horlogerie, enero-febrero, 1939,
Deseamos llamar la atención de nuestros lectores sobre un nuevo reloj que ha llegado en el momento oportuno: el Mido Radiotime, presentado por la firma Mido S.A. de Bienne. Cada día, millones de personas escuchan la señal horaria emitida por radio o por teléfono por diferentes observatorios. Ajustan sus relojes lo mejor que pueden, naturalmente con mayor o menor precisión, ya que ningún reloj, hasta ahora, ha permitido el registro exacto de la señal horaria.
El Mido Radiotime colma esta laguna: es el primer reloj que permite el registro simultáneo de la hora exacta (minutos y segundos) con sólo pulsar un botón situado en la corona. Esto puede hacerse cuatro veces por hora, cada 15, 30, 45 y 60 minutos. Su funcionamiento es muy sencillo y exacto, las tres agujas se ajustan inmediata y simultáneamente en el momento deseado.
En esta era de la radio, la nueva creación de Mido será sin duda muy bien acogida.
Se trata de un modelo rectangular, muy parecido de hecho al Mido Multifort rectangular, que monta un calibre 800 modificado y que en cierto modo recuerda a un cronógrafo. Al presionar el pulsador integrado en la corona, las manecillas de las horas, los minutos y los segundos se alinean con la señal horaria. El mecanismo de palanca necesario para ello se encontraba debajo de la esfera del movimiento de cuerda manual 800, de 8x9” (18,05 x 20,3mm), 15 rubies, volante de tornillo Glucydur, espiral plana y frecuencia de 2,5Hz.
Como se puede ver en los vídeos adjuntos, al presionar el pulsador de la corona, el pequeño segundero se reinicia, el minutero se mueve a la marca correspondiente y la manecilla de las horas también se ajusta ligeramente.
Sin duda se trataba de una propuesta innovadora y también cabe destacar su precio, 65 francos,
que si comparamos con otros precios mostrados en el anuncio a color anterior (allí el precio es de 64 fr.), veremos que era uno de los más baratos dentro de las colecciones de Mido. Lamentablemente, el modelo solo se fabricaría entre 1939 y 1941 para acabar convertido en una especie de unicornio para coleccionistas.
¿Era el Mido Radiotime la única opción? Aunque específico, no era la única alternativa. Durante las décadas de 1930 y 1940, surgió toda una gama de relojes que, aunque no diseñados específicamente para este propósito, ofrecían funciones que podían adaptarse a estas necesidades. Hablaremos sobre ellos en otra ocasión. Sin embargo, uno de los modelos derivados de estas innovaciones sí se comercializaba haciendo referencia a la sincronización, así que lo veremos a continuación.
Marca rejuvenecida en los últimos años, la historia de Zodiac es de lo más variopinta y no poco se debe a que cambió varias veces de manos. Sin embargo sus inicios se encuentran ligados a la familia Calame. En 1882, Ariste Calame padre abrió un pequeño taller en Le Locle, donde ensamblaba relojes para otros fabricantes como Favre Perret. En 1895, su hijo Ariste, un talentoso relojero formado en la reconocida escuela de relojería de Le Locle y alumno de Jules Grossmann, se unió al negocio. No le intimidaban las complicaciones mecánicas, y en 1898 patentó un sistema de repetición, demostrando así su habilidad innovadora.
En 1899, la empresa se trasladó a la rue du Marais y, al año siguiente, Ariste hijo asumió la dirección, impulsando el crecimiento de la firma. En 1901 se registró la marca Zodiac, y en 1908 se construyó la primera fábrica Zodiac en la rue Bellevue, empleando a una veintena de trabajadores. En 1915, Ariste hijo tomó una decisión crucial: la empresa comenzaría a fabricar sus propios relojes. Para ese entonces, la producción alcanzaba las 100 unidades diarias, abarcando tanto relojes de bolsillo como los primeros modelos de pulsera, registrados también en 1915.
En 1922, el hijo de Ariste, René, se unió a la empresa tras formarse en el Technicum de Le Locle. Desde entonces, Zodiac comenzó a producir relojes de alta calidad, en oro y plata, con calibres de entre 8 y 19 líneas. Estos relojes se exportaban cada vez más a Japón, donde solían comprarse sin firmar, convirtiéndose Japón en el cuarto mercado de relojes suizos después de EE.UU., Alemania y Gran Bretaña.
En 1928, la compañía cambió su nombre a Manufacture d’Horlogerie Zodiac. Dos años después, en 1930, Zodiac lanzó un sofisticado calibre ultrafino de 16 líneas, junto con un notable calibre rectangular de 8 días, desarrollado en colaboración con la Manufacture Angélus, también con sede en Le Locle. Este vínculo familiar y empresarial fue posible gracias al matrimonio de Ariste hijo con Mathilde Stolz, hermana de los fundadores de Angélus.
Sin embargo, ese mismo año trajo consigo la crisis económica global que golpeó duramente a la industria relojera, cerrando el mercado japonés a las importaciones y llevando a Zodiac a vender sus relojes directamente en Suiza y Francia.
En este contexto, Zodiac implementó una estrategia de marca unificada: desde 1933, todos sus relojes llevarían el nombre Zodiac. Al año siguiente, Ariste Calame hijo fue nombrado vicepresidente de la Asociación de Fabricantes de Relojería del distrito de Locle. Aprovechando oportunidades en tiempos de crisis, Zodiac adquirió las patentes de la Fabrique Election para un sistema antichoque, que protegía los relojes de golpes tanto axiales como laterales. Este fue uno de los primeros sistemas antichoque en industrializarse, instalándose en los modelos Zodiac y promocionado en 1934 bajo el lema “irrompibles”, que en 1937 se sustituiría por “Incasécurit”.
A partir de 1935, la actividad de la empresa comenzó a recuperarse, y la Segunda Guerra Mundial no frenó su avance. En 1936, Zodiac lanzó sus primeros relojes resistentes al agua, preludio de futuras innovaciones en este campo. En 1940, la marca introdujo sus primeros cronógrafos y relojes automáticos, y en 1941, sus primeros modelos con calendario, cronómetros y cronógrafos resistentes al agua. En 1943 afirmaba haberse convertido en proveedor oficial de Correos y Ferrocarriles Suizos.
Y llegamos al punto que aquí nos interesa. En 1945, presenta su sistema de parada de segundero, Stop, “para poder ajustar el reloj al segundo”. Se trataba de un sistema peculiar en el que con solo presionar la corona, el segundero se detenía, permitiendo ajustar la hora con precisión.
Esta característica aparecería regularmente en sus relojes a partir de entonces, evolucionando en dos variantes. Por un lado, en 1956, se presentaría el calibre 721 donde en vez de presionar la corona, había que extraerla deteniendo así la trotadora (una parada de segundero al uso).
Además, también se contaba con otro modelo Stop en el que mediante dos pulsadores se podía controlar el segundero. Algo que recordaba a los cronógrafos sin registro y otros modelos con función de “stop-en vol” que veremos en otra ocasión. Manteniendo la presión sobre el pulsador a las 2, se detenía la trotadora y al soltar el pulsador seguía su marcha. Por el contrario, el pulsador a las 4 reseteaba el segundero como si de un flyback se tratase.
Como hemos visto, Zodiac también promocionaba su sistema Stop como ideal para ajustar el reloj con la señal horaria. No serán los únicos, Richard presentará su Radio-Stop, montando un calibre de Phénix, y Tourist lanzará un modelo cuyo nombre asociará también con la radio si bien en su caso propondrá una solución técnica completamente distinta. Veámoslo a continuación.
La historia de la fábrica Phénix comenzó en 1873, cuando Jules Dubail, Jean-Baptiste Monnin y Joseph Frossard, oriundos de Porrentruy, fundaron la empresa “Dubail, Monnin, Frossard & Cie”. El 6 de mayo de 1899, la empresa pasó a llamarse “Société d’Horlogerie de Porrentruy” y adquirió edificios en Bassecourt. Ese mismo año, Jules Dubail dejó la compañía para fundar una empresa en Delle, quedando al frente seis socios: Roussel Galle, Jean-Baptiste Monnin, Louis Dubail, Adolphe Dubail, Joseph Dubail y Joseph Frossard. En febrero de 1902, la “Société d’Horlogerie” fue liquidada, pero resurgió bajo el nuevo nombre de “Phénix Watch Co SA” con un grupo renovado de socios, entre ellos Edouard Boivin como director, Gastón Daucourt como notario y Charles Boivin, Victor Donzelot y Constantin Senn como nuevos miembros de la dirección. Jean-Baptiste Monnin, por su parte, fundó “Monnin, Rebetez & Cie”, que luego operaría como “Monnin & Cie” hasta su disolución en 1941.
Phénix recibió numerosos premios en las Exposiciones Universales y Nacionales: La Chaux-de-Fonds (1881), Ámsterdam y Zúrich (1883), Londres (1884), Amberes (1885), Roma (1888), y París (1889 y 1900), entre otros. En cuanto a sus exportaciones, desde 1899 la compañía comenzó a vender relojes en Rumanía, Francia, Bélgica, Austria, Hungría, y pronto también en Inglaterra, México y Dinamarca.
A inicios del siglo XX, Phénix se especializó en la producción de relojes con escape de áncora, relojes de pulsera y de bolsillo, además de relojes para automóviles y con los años incluso contadores para cohetes, fabricando internamente todos sus insumos. En los años 30, la empresa empleaba a cerca de un centenar de trabajadores y producía alrededor de cien mil relojes anuales.
En 1934, se asignó a Henri Knecht, de 24 años, la responsabilidad técnica, y más adelante sería promovido a director. En 1939, Phénix pasaría a ser propiedad del banco cantonal de Berna, luego adquirida por ASUAG (Société Générale de l’Industrie Horlogère Suisse) y, en 1949, vendida a un grupo de Granges estrechamente vinculado con la fábrica de relojes Nivada. En 1961 se creará el grupo MSR (Manufactures d’Horlogerie Suisses Réunies SA), formado por cuatro fabricantes: Revue Thommen en Waldenbourg, Vulcain en La Chaux-de Fonds, Phénix Watch SA en Porrentruy, y Buser Frères & Cie SA en Niederdorf. Pero eso es ya otra historia.
Phénix presentó a principios de los años 50 su calibre 130, del que existirán tres variantes siendo particularmente interesante el 130 (Stop). Este calibre, con segundero central y latiendo a 18.000 a/h, tenía la particularidad de que reseteaba la trotadora a cero al extraer la corona. Phénix lo montará en su modelo Stop.
Evolución del 130 fue su calibre 132, presentado en 1956. Con este calibre Phénix seguía en cierto modo los pasos de Nicolet Watch un año antes, creando un cronógrafo, si bien de tipo simple en el caso de Phénix, sin pulsadores. Era la corona la que controlaba completamente la aguja segundera; al extraerse a su primera posición, detenía la manecilla; en la segunda posición se reseteaba a cero. Montarían este calibre en su modelo Chronostop que inicialmente ofrecería con una escala telémetro en la esfera.
La marca Richard, fundada en Morges, Suiza, en 1943, y que sería adquirida por Longines en 1978, hizo uso del calibre 130 (Stop) en su modelo Radio-Stop.
También lo montaría en un modelo denominado simplemente Stop, y optaría por el calibre 132 en el modelo Chronotop.
Se pueden encontrar referencias del fabricante Adolf Allemann & Fils, de Welschenrohr, Suiza, ya en 1913. A lo largo de los años registrará un buen número de marcas, algunas de ellas rarísimas y que harían las delicias de fabricantes chinos que venden en Aliexpress, Roauhr, Culaba, Gbolly,… pero la que nos interesa es Tourist, que registraría en 1945. Ahora como Ad. Allemann Fils, lanzaría modelos con la marca Tourist entre 1950 y 1970, alguno de ellos especialmente recordado. A destacar, por ejemplo, su modelo Everlight, presentado en 1956 y lanzado a nivel mundial en 1957. Se trata quizás del primer reloj de pulsera con iluminación integrada (siendo el otro Ernest Borel, con una patente el año anterior, 1956, y presentando su modelo Flash en 1958). La novedad tuvo bastante éxito y se sacaron variantes que incluían calendario o pasaban del movimiento de remonte manual al automático. Se estima que se fabricaron más de 100.000 unidades aunque desgraciadamente muchas de las baterías de los relojes sufrieron problemas de fugas y una gran parte de la producción vendida se recuperó debido a reclamaciones de garantía. Ad. Allemann Fils también fabricaría modelos Everlight para otras marcas como Waltham, Sparewa o Giroxa.
En 1962 presentará el modelo Radio-Top, y aquí nos encontramos con una propuesta diferente para facilitar la sincronización de nuestro reloj, el uso de un movimiento de segundos muertos. La complicación de segundos muertos, también conocida en francés como “seconde morte” y en inglés como “true seconds”, “dead-beat seconds” o “jumping seconds”, básicamente consiste en que la aguja del segundero se mueve segundo a segundo. Es como el reloj de cuarzo de toda la vida pero en un reloj mecánico.
Nota: para saber más sobre los orígenes y funcionamiento de tan peculiar complicación, veáse el excelente e imprescindible hilo de @miquel99, Papa Noel se ha adelantado! Segundos muertos inside
La invención no era precisamente nueva, se atribuye al astrónomo británico Richard Towneley en 1675, pero si que es cierto que la complicación gozó de cierta popularidad en los años 50 y 60 con modelos como el Omega Synchrobeat (con un calibre 372 SCS), el Rolex Tru-Beat (calibre 1040), o los de aquellas marcas que decidieran montar la solución modular bastante básica pero en general más fiable que ofrecía el fabricante de ébauches Chézard (Doxa, Avia, Zentra, Rodania, Candino, Dugena, Olma, Tourist, etc.).
Chézard patentó esta función en 1952, denominándola “Seconde Sautante” (el término “sautante” se utilizaba en los años 30 para referirse a los relojes de horas saltantes), y la desarrolló a lo largo de varios calibres. El primero, muy básico, fue el Chézard 115, que mejoraría con el 116 al incorporar parada de segundero al extraer la corona. Idéntico al 116 pero incluyendo un disco de sol/luna para indicar la hora, sería el 118. Este calibre se podía encontrar en el Doxa Lunasol.
Posteriormente se cambiaría la configuración del puente y ello daría como resultado el Chézard 7400, un reloj de 3 agujas, y el Chézard 7402, reloj de 3 agujas y fecha. Será este último el que encontraremos en el Tourist Radio-Top, aunque también se fabricó alguna versión con el 7400.
La idea es que al contar con un segundero que se mueve segundo a segundo, es mucho más fácil detenerlo con exactitud en su marca y por lo tanto sincronizar con la señal horaria que se tome como referencia. Sin embargo es un movimiento con algunos problemas a tener en cuenta. Cierto es que tanto el Chézard 7402 como su hermano sin fecha, el Chézard 7400, son más sencillos y duraderos que sus predecesores, los Chézard 115/116/118. En el calibre 7402 se para el segundero únicamente cuando se tira de la corona, mientras que en la versión anterior podía detenerse involuntariamente con solo empujar la corona. No obstante, sigue siendo una pieza delicada para el uso diario, la fricción entre el trinquete y el engranaje es considerable, lo que significa que el trinquete y el engranaje se desgastan con facilidad. Según algunas fuentes, no es raro encontrar algunas virutas de metal en el interior del movimiento debido a la fricción y la abrasión.
Y para terminar este recorrido, lo haremos con otro modelo innovador. Unos quince años después del lanzamiento del Mido Radiotime, en 1954, será Pierce quien siguiendo con ese concepto de reseteo a la “cronógrafo”, dará una vuelta de tuerca a la idea y presentará una propuesta mucho más compleja.
La empresa relojera Pierce fue fundada en 1883 en Biel/Bienne, Suiza, por Léon Lévy y sus hermanos, bajo el nombre de Léon Lévy Frères Manufactures des Montres et Chronographes Pierce SA. Para 1910, la compañía contaba con 1,500 empleados en una ciudad de aproximadamente 24,000 habitantes, lo que indicaba su importancia en el sector.
En 1920, Léon Lévy recibió una oferta de Ebauches S.A. para que Pierce se uniera a su consorcio, pero decidió rechazarla para mantener la independencia de la marca. Este paso tuvo consecuencias: al estar en la lista negra de proveedores, Pierce se vio obligada a crear y desarrollar sus propios calibres. A lo largo de su historia, la empresa inventó más de 30 calibres diferentes, incluyendo dos movimientos de cronógrafo.
A mediados de la década de 1930, Léon sintió la necesidad de diseñar un cronógrafo asequible para las masas, una tarea complicada debido al alto coste de estos mecanismos en ese momento. Partiendo de cero, desarrolló el Calibre 130, que utilizaba una rueda central, eliminando varios muelles y palancas, lo que ayudó a reducir los costes. Además, introdujo un embrague de fricción vertical para accionar el cronógrafo, una innovación que, aunque común hoy en día, era una primicia en su época.
Sin embargo, esta arquitectura inusual obligó a colocar los dos registros en la posición de las 12 y las 6 horas, lo que dio como resultado una disposición bastante particular en la esfera del reloj. El primer modelo con este calibre fue lanzado en 1936 y rápidamente se convirtió en un éxito. En 1939, se presentó una versión de dos pulsadores, que se convirtió en el reloj oficial de los pilotos de Trans Caribbean Airlines. Posteriormente, la Real Fuerza Aérea británica también realizó un pedido para sus pilotos de caza y personal de aviación.
La empresa, en un intento de reducir costes, optó por usar plástico en la arandela del embrague central (I), algo que se consideró revolucionario en su momento pero resultó ser un error, ya que debilitaba el movimiento y provocaba fallos. Esta decisión complicó las reparaciones para los relojeros y, al mismo tiempo, convirtió esos modelos en piezas codiciadas por los coleccionistas.
Como se señaló anteriormente, sería en 1954 cuando presentaría su modelo Correctomatic. La idea es nuevamente tomar como referencia una señal horaria y mediante pulsadores ajustar las manecillas para sincronizar el reloj pero como veremos, aquí la operación se hace algo más compleja.
Veamos como nos lo describía la propia marca en su comunicado oficial,
Pierce S.A., Bienne, presenta en la Feria de Basilea una importante novedad, el reloj Pierce-Correctomatic (sistema patentado).
Es bien sabido que cualquier reloj, y especialmente cuando se trata de relojes de pulsera, incluso cuando está ajustado en fábrica o por el relojero al máximo posible, es susceptible a diferencias de ajuste cuando se usa. Estas diferencias de ajuste dependen de la persona que lo porta, las condiciones en las que se utiliza, los movimientos más o menos frecuentes y violentos de su dueño, la posición de descanso durante la noche, el clima, los cambios de temperatura y estación, el espesamiento de los aceites, etc.
El sistema Pierce-Correctomatic permite a todos
- Configurar su reloj a la hora exacta (minutos y segundos) simplemente presionando un pulsador al escuchar una señal horaria (teléfono, radio, etc.)
- Sin recurrir al relojero y sin abrir el reloj, realizar las correcciones necesarias y precisas en su ajuste adaptándolo a las condiciones de uso de quien lo porta. Esta adaptación instantánea se produce con el simple hecho de poner el reloj en hora mediante un pulsador, corrigiendo así automáticamente cualquier posible desviación en la puesta en hora.
Como vemos, no solo se nos habla de una simple sincronización sino que también parece tenerse en cuenta la propia marcha del reloj y su ajuste.
El modelo cuenta con dos pulsadores y una leyenda en la esfera que a priori nos podría llevar a error “+Correctomatic-”. Como veremos no se trata de un pulsador “+” y otro “-”.
El reloj montaba un calibre 105 modificado, aquí una imagen de un 105 normal y el modificado para comparar.
Los pulsadores estaban marcados como “I” y “II” para indicar su orden de uso.
A diferencia del Mido Radiotime, el ajuste no se podía realizar en cualquier momento/posición de las agujas. La manecilla de los minutos tenía que encontrarse en el espacio de +/- 3 minutos en torno a la marca (15, 30, 45, ó 60). Al escuchar la señal horaria utilizada para sincronizar, se presionaba el pulsador I (ubicado a las 4), lo que reiniciaba la manecilla de los minutos a la marca más cercana y la segundera a cero. El pulsador II se utilizaba a las 24 horas: al sincronizar nuevamente, se presionaba como se había hecho el día anterior con el pulsador I, ajustando las manecillas. Sin embargo, esta vez el mecanismo también intervenía sobre la raqueta para ajustar la marcha. Independientemente de si el reloj había adelantado o atrasado en esas 24 horas, bastaba con presionar una vez para que el sistema aplicara el microajuste necesario.
En este vídeo (en italiano) se muestra un poco su funcionamiento y el movimiento.
Apenas estuvo en producción diez años y no se fabricaron demasiadas unidades. Quizás pensemos que la propuesta de Pierce era demasiado ambiciosa, no contentándose con un simple reseteo e interviniendo también sobre el ajuste del reloj, pero sin duda era diferente. No carecía de problemas y potenciales debilidades, habría que ver cómo se comportaba realmente en el día a día, y el tener que realizar el ajuste con ese margen de +/- 3 minutos parece receta segura para provocar un error por parte del usuario, pero fue una propuesta atrevida que bien merece ser recordada. Y a su vez nos sirve para meternos en otro berenjenal, con una serie de relojes que intentarán aportarle algo más al usuario en su intento por medir el tiempo con exactitud, pero eso lo dejaremos para otro fin de semana.
…
Como sugiere el título, y pese a la extensión desmesurada que este texto ha alcanzado, mi intención no ha sido realizar una investigación exhaustiva, sino más bien ofrecer una bagatela, una serie de deslavazados pensamientos en voz alta que han servido como excusa para mostrar relojes poco conocidos, tal vez incluso desconocidos, para el lector avezado que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí. Soy consciente de que he rozado muchos temas que darían para un libro y de que ciertos modelos con innovaciones técnicas se han quedado sin mencionar. Asumo tanto errores como omisiones, pues este escrito solo pretendía ser un entretenimiento de fin de semana, una charla ligera con la que acompañar el aperitivo o al calor de las brasas de la barbacoa. Espero que, a pesar de todo, haya resultado una lectura amena, y quién sabe, quizás despierte la curiosidad y alguien se anime a profundizar en algún reloj o tema que merecía más atención.