Discrepo totalmente, me parece excesivamente barroco y recargado. Algún elemento decorativo en un reloj está bien, en este caso, se pasan cinco pueblos.
No puedo evitar contar una batallita familiar que encaja a la perfección tanto con este tema como con el Gamma. A mí esto de la calaveras en el dial no me convencía, y lo encontraba más “festivo” que “militar”, pero en eso recordé una anécdota de la Guerra Civil que me explicó mi padre que me hizo cambiar el criterio.
Mi progenitor era hijo, nieto, bisnieto, etc., de militares. Cuando empezó la Guerra Civil la familia tuvo que escapar a toda prisa, el 22 de julio, de Cataluna, cruzando la frontera bajando por jardín lateral del caserón de mi abuela, que limitaba con el río que marca la frontera en Puigcerdà entre Francia y España. Mi padre se alistó en el ejército franquista el 2 de enero de 1937, en Pamplona, el día que cumplía 17 años y estuvo como soldado de transmisiones con la Legión Cóndor y cuando le nombraron Alférez Provisional, al cumplir los 18 años en 1938, pasó a servir en el Regimiento Munguía de la división italo/española de los “Flechas Negras”, donde jefes y oficiales eran básicamente italianos y la soldadesca, en general, española.
Pese a la mala fama que tienen los italianos (modernos) como militares, salvo en Guadalajara, las tropas italianas lucharon con valor y mucha eficacia durante la Guerra Civil y estuvieron en todos los frentes de batalla, salvo el Ebro, con grandes pérdidas humanas. Los Flechas Negras, como el resto de divisiones italianas, eran unidades de choque y estaban siempre junto a los Requetés, los regulares moros y los legionarios como punta de lanza en los lugares más expuestos.
Mi padre vio mucha acción con los italianos y les guardaba muchísimo afecto. Lo que le pasaba es que, viniendo de la tradición militar española, que había mamado, que era bastante austera y sin demasiados elementos decorativos, siempre alucinaba con sus camaradas italianos, unos auténticos “condottieros” y aventureros y un poco “fantasmones”, siempre cargados de insignias, medallas y diferentes elementos decorativos entre los que destacaban, y aquí viene la anécdota (que se ha dejado esperar), las calaveras, que en el ejército español no se utilizaban y que, entre los italianos eran muy muy populares (como era con la Xmas y por lo que se ve, en la actualidad)
Total, que mi padre, un chaval de 18 años que dirigía un grupo de ametralladoras, vio en una revista para soldados que vendían por correo unas insignias con calaveras (lo de los chinos no es ningún invento nuevo) y se encargó una que le llegó al cabo de un par de semanas. En el momento de la cena se la puso en el uniforme, bien visible y se sentó a la mesa. Los camaradas la vieron y les hizo mucha gracia… ¡pero cuando se quedaron pasmados de verdad fue cuando mi padre conectó una pila que llevaba oculta y las cuencas y la boca de la calavera se iluminaron en rojo! Aquella noche mi padre triunfó de verdad.
¿Qué moraleja o información nos da esta pequeña anécdota militar? Que si a un buzo italiano situado en el barco hundido de Algeciras, a la espera de atacar Gibraltar, se le hubiera regalado un Gamma, habría sido felicísimo y le habría encantado, como le encantaría este reloj otro reloj, de muy dudoso gusto. Y que son estas pequeñas cosas las que refuerzan el compañerismo en las unidades militares y que crean el “esprit de corps” que, al final, es lo que motiva a una persona a enfrentarse, junto a sus camaradas, a una más que posible muerte en combate.
A mi padre, en cambio, que luego tuvo una carrera larguísima en la Infantería de Marina, no le habría gustado ninguno de esos relojes, aunque me habría explicado alguna anécdota más de su capitán o su coronel italiano.