Volviendo a la pipa…
Fumar en pipa es un acto de rebeldía. De nadar en contracorriente. Nada de llevar siempre encima un arrugado paquete de cigarrillos y el primer mechero que hemos pillado, propaganda del bar de la esquina. Nada de andar encendiendo un pitillo con la colilla aún candente del anterior.
Para fumar en pipa no se busca el momento. El momento te busca a tí. Por eso hay días que he fumado hasta 4 pipas en la misma sobremesa, y luego pueden pasar semanas hasta que el siguiente momento te encuentra. Mientras tanto, las pipas y el tabaco reposan en un rincón del armario del salón, al amor de la oscuridad, pacientemente a que llegue el momento y nos encuentre. Y mientras tanto, ni una gota de ansia.
Cuando el momento me encuentra: una sobremesa con amigos quienes también fuman en pipa, una tarde después de la siesta, leyendo un bien libro en el jardín de casa… porque a esos momentos les impongo estas condiciones:
1.- Nunca fumo en interiores, salvo en reuniones del club al que pertenezco, que a veces se hacen en interiores con consentimiento del anfitrión.
2.- Si hace viento, frío o calor que hagan desagradable la fumada, no fumo. No lo necesito, hacerlo es para pasar un rato agradable.
Si el momento me encuentra, y reúne estas condiciones, entonces paso un buen rato escogiendo la pipa que más me apetezca encender. Cada una tiene su propia personalidad, y en función del momento, la escojo con cazoleta pequeña, estándar o XL, recta o curvada, y también porque me apetezca más encender una que otra, diría que, al mismo tiempo que me encuentra el momento, la pipa me busca y escoge. Después, elijo el tabaco. Hay momentos que el cuerpo pide mezclas inglesas, con aromas a barbería antigua (Latakia), otros en los que me apetece un tabaco suavecito, otros en los que escojo una mezcla de Virginia y Perique, y, los menos, me envalentono y corto un trozo de Kendal Twist Irish Brown, un tabacazo trenzado al estilo del que los marinos del siglo XVIII llevaban en sus travesías, capaz de tumbar a un mamut.
Suelo preparar mi pequeño altar para esta liturgia. Un cenicero, un buen encendedor, el atacador de madera que suelo usar, el tarro de tabaco, la pipa, un vaso y una botella de agua, o, a veces, una copa y una botella de licor (ron miel canario, oporto, pacharán, brandy…), y, si estoy solo, un buen libro. Cargo pacientemente la cazoleta, tras el ritual previo de desmenuzar el tabaco si es un “flake” o un “twist” y de dejarlo airearse si el grado de humedad del mismo supera lo recomendable.
Tras la carga y comprobar que el tiro es óptimo, encendemos. Habrá que volver a encender varias veces a lo largo de la fumada. O tal vez no, depende de tantos factores… (en los concursos de fumada lenta, tienes 2 cerillas y un minuto para encender, después, si se apaga, quedas eliminado).
Mientras tanto, lectura, conversación pausada, debate, calma, sorbos de agua o de brandy, paladear los distintos matices del tabaco conforme va avanzando la fumada… sin prisas. Si hay que interrumpirla por una llamada de teléfono o porque mi chica me reclame para algo, la pipa se queda sobre la mesa, y más tarde la volveré a encender. O no, depende. La pipa no obliga, solo acompaña.
Cuando se termina, la dejo reposar unos minutos, y procedo a su vaciado y limpieza. Recojo los artes, y hasta que la siguiente ocasión me encuentre.
Así es mi día a día como fumador de pipa.
Saludos
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