“Los monstruos son seres trágicos. Nacen demasiado altos, demasiado fuertes y demasiado pesados. No son malos por decisión propia. Esta es su tragedia. No atacan a las personas porque deseen hacerlo; pero debido a su tamaño y poderío, la humanidad no tiene otra salida mas que defenderse. Las personas terminan sintiendo simpatía por ellos y los protegen.”
(Ishiro Honda)
Va un buen ladrillo. Pero antes, dadle al Play, que me apetece oir a Arcade Fire y ver imágenes de “De donde viven los monstruos”.
Conan Doyle no sólo es el padre de Sherlock Holmes. También escribió en 1912 “El mundo perdido”, un relato de ficción sobre una expedición de un periodista y un grupo de aventureros a una tierra ignota en la que se encuentran y hacen frente a temibles dinosaurios. Dado el prestigio del autor, la primera película del género se adaptaría al cine en 1925 como “el más grande drama de aventura y romance que sus ojos hayan contemplado”.
Inspirándose en ella, y también con dinosaurios en una isla perdida, pocos años después, en 1933 un gigantesco gorila de nombre King Kong aterrorizó a muchos videntes en las salas de cine. Y a mí. Va una batallita personal, es una película de las varias que ví con unos ¿7 años?, en una de las sesiones de cine que se organizaban los sábados por la tarde por parte de algunos padres en el salón de actos de la escuela a la que iba.
La película fué un gran éxito en todo el mundo. Y en Japón. Un cómico local hizo un corto introductorio hoy perdido, Wasei Kingu Kongu (el King Kong Japonés), para ser emitido antes de la emisión del filme americano.
Y poco después, en 1938, en Japón se produjo Edo ni Arawareta Kingu Kongu (King Kong en Edo).
La relación de amor entre el cine japonés y los grandes monstruos no había hecho más que empezar, pero también germinaba en un terreno abonado por las leyendas tradicionales y la creencias religiosas sintoístas en bestias, dragones, monstruos marinos (@AmoryBlaine, “Soryu”) y criaturas sobrenaturales.
Avanzamos a 1953. Tras una exitosa reposición del King Kong de 1933, el mítico creador Ray Harryhausen firma el monstruo y los efectos especiales de “La Bestia de las 20000 brazas”. La historia estaba basada en un relato de Ray Bradbury, el conocido autor de “Fahrenheit 451” y “Crónicas marcianas”. En ella, un dinosaurio que estaba congelado en el Círculo Polar Ártico se despierta tras unas pruebas nucleares, y, como se aburre como un hongo porque ahí sólo hay hielo, se va a destrozar Nueva York.
Al año siguiente, Tomoyuki Tanaka, productor de los estudios Toho, visto el reciente éxito de éste filme y del de Kong en las taquillas niponas, huele pasta y encarga al director Ishiro Honda hacer su versión del filme americano. Tenemos así otra bestia “de cuyo nombre no logro acordarme”, que también se despierta de mala gana de su siesta por una prueba atómica americana en las islas Bikini (quedaros con el nombre, y no sólo por el bañador femenino), se sale de las aguas todo enfadado y se va de paseo por Tokio…
Para contextualizar la época, la nación insular estaba destruída en lo físico y traumatizada en lo moral por la derrota en la Segunda Guerra Mundial 9 años antes, con muertes y heridos en muchas familias, y habiendo vivido el hambre los supervivientes.
Hiroshima y Nagasaki habían visto dos explosiones nucleares. Muchos japoneses se suicidaron al oir la voz del emperador por la radio anunciando la rendición. Japón recuperaría la independencia en 1952, tras haber sido ocupada militarmente por la potencia ganadora. Territorialmente habían perdido todas las conquistas en el continente. Pero no sólo. La República de China se queda con la joya de la corona, Taiwan, la URSS se queda con las islas Kuriles, y casi lo hacen con Hokkaido también; y Okinawa se la habían quedado los americanos (se la reintegrarían en 1972, pero mantienen una buena base yankee en plan Guantánamo, eso sí). No menos importante en un país sintoísta, el emperador Showa había perdido el estatus divino y casi fué condenado a la horca por un general McArthur que en una mítica foto demostraba que estaba por encima de él.
Recordemos también que eran años de la Guerra Fría, con miedo a que se enfrentaran en una guerra atómica las dos superpotencias. Y hubo otro incidente nuclear en 1954 que tuvo fuerte repercusión en prensa y revivió el pánico nuclear en el país nipón. Un pesquero, el Daigo Fukuryū Maru (‘dragón afortunado cinco’) se vió implicado en una prueba americana de explosion de una bomba atómica de hidrógeno en las islas Bikini (si, también bautizaron el bañador femenino de dos piezas tras una prueba nuclear en esas islas). Aunque el atunero pescaba muy fuera de la zona de exclusión, la prueba fué más potente de lo estimado, y los pescadores se vieron fuertemente afectados por la radiación, muriendo uno de ellos. Los titulares de prensa rezaban “el último bombardeo de EEUU al Japón”. Y en éste punto (real) empieza la película.
En ésta película, Ishiro Honda representó, por tanto, buena parte de los traumas y los terrores atómicos de la sociedad japonesa. La destrucción de Tokio recordó a muchos la de Hiroshima o Nagasaki. Pero el filme tuvo un efecto catárquico, al ser capaces de vencer los protagonistas humanos a la bestia de origen nuclear.
No sólo fué un tremendo éxito en el país nipón, sino que fué editada por el director americano Terry Morse, con algunas escenas nuevas con el actor americano Raymond Burr, el de Perry Mason, y el nombre de “King of monsters!”para ser emitido en EEUU, donde fué el cuarto film no estadounidense en recaudar 1 millón de dólares, y la primera película japonesa con éxito comercial. Como guiño, si King Kong sube el rascacielos Empire State, el monstruo japo rompe la torre del reloj del conocido edificio sede de una muy popular compañía japonesa de… relojes.
Una diferencia de producción entre Hollywood y el pobre Japón. Mientras Ray Harryhausen usaba en sus películas de monstruos la técnica de animación fotograma a fotograma, una técnica artesanal, pero que requiere de mucho tiempo (y mucho dinero), Eiji Tsuburaya, el encargado de los efectos especiales japonés, hizo algo más simple, creó un traje de monstruo en el que iba dentro un intérprete. Éste traje pesaba decenas de kilos y no tenía ventilación, por lo que Haruo Nakajima, el pobre actor que iba dentro, y que actuó así durante 20 años en varias películas de la saga, podía tener que soportar más de 50 grados en ocasiones y era habitual que se desmayara.
El filme, además de tener muchísimas secuelas, es el inicio de un popular subgénero, el de los kaiju 怪獣 , palabro que se puede traducir como “bestia extraña”, y que en origen definía a varias criaturas mitológicas.
Tras la estela del monstruo, vendrían varios muchos kaijus detras, siendo los más conocidos una tortuga gigante, Gamera,
una polilla gigante, Mothra,
un gigante de tres cabezas, King Ghidorah,
el lagarto Varan,
el pterodáctilo Rodan…
…o el mismísimo Kong. Los japoneses pagan los derechos a la RKO y el mencionado Ishiro Honda dirige “King Kong escapa” y “King Kong vs (si, el del dibujo verde de arriba)”.
Los japoneses consideran a Kong otro kaiju más, y prueba de su popularidad allá es que una versión apenas disimulada por derechos de autor es, junto a cierto fontanero italiano con mostacho, la estrella de Nintendo.
El primer monstruo acabó siendo uno de los símbolos de Japón, protagonizando varias películas, incluso llegando a ser “bueno” en siguientes filmes de la saga y defendiendo a los nipones de otros monstruos. Hay una calle en el distrito de Shinjuku, Tokio, con su nombre, y una cabeza de cartón piedra… (hay un segundo detalle en la foto abajo a la derecha, por cierto, con nombre muy español, “Don Quijote”, conocido popularmente como “donki”, una muy conocida cadena local de grandes almacenes tipo Corte Inglés).
Con el tiempo los kaijus se volvieron tecnológicos y adoptaron la forma de robots gigantes, los conocidos como “mechas”. La historia infantil Tetsujin 28-gō sería el primero, en los años ‘50, y movido por un niño a control remoto. Pero el que marcó la popularización del género fué Mazinger Z, de Go Nagai, y el mecha era movido por su piloto Koji Kabuto como si fuera un deportivo.
Y 20ytantos años después, Hideaki Anno hizo Neon Génesis Evangelion, que en su derivada Rebuild fué una de las sagas que hizo que me aficionara al anime.
Homenajeando ambos géneros, Guillermo del Toro filma “Pacific Rim” en 2013, una película en la que los Kaiju luchan contra Mechas. Hasta entonces, la palabra Kaiju sólo era usada entre los aficionados a la ficción japonesa, con el filme se populariza el vocablo por occidente.
El género sigue gozando de buena salud, con nuevas películas de los principales kaijus.
GRACIAS POR LEERME.
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